Salom, un piloto que se mostraba diferente…
Su sonrisa pícara y un cierto deje canalla escondían detrás a un chaval de 24 años con unas convicciones firmes y profundamente creyente. “No rezo para ganar, rezo para que todo nos vaya bien a todos. No lo hago para tener suerte, sino para no tener mala suerte. Rezo por costumbre y porque creo en Dios”, explicaba Luis Salom Horrach después de que por primera vez pusiera rodilla en tierra, en este caso sobre el asfalto de la recta de meta, para rezar un Padrenuestro en la parrilla de salida justo antes de cada carrera.
Un gesto que, al principio, llamó la atención, pero después se convirtió en un ritual antes de cada prueba. Una fe profunda que esculpió en su cuerpo a golpe de tinta y aguja. El tatuaje de un arcángel alado presidía el exterior de su antebrazo derecho mientras que en la zona interior del brazo del puño del gas decidió tatuarse el rostro de su madre, su otro ángel de la guarda.
Su madre, María Horrach, ha recorrido medio mundo siguiendo a su hijo. Era incapaz de quedarse en su casa a las afueras de Palma esperando noticias y, aunque sufría en el box, prefería acompañar al mediano de sus tres hijos a cada carrera por si pasaba algo. Su padre Luis, amante de las motos y que posee una tienda y un taller en Mallorca, se quedaba siempre al frente del negocio familiar y de Jaime, el menor de sus hijos, que necesita muchas atenciones y cuidados.
La maldita casualidad hizo que Luis, que en muy contadas ocasiones acude a los circuitos, estuviera presente en Montmeló, donde se produjo el fatal desenlace. En esta ocasión fue Toñi, la mayor de los tres hijos del matrimonio Salom Horrach, la que se quedó al cuidado de Jaime después de conocer que estaba embarazada de su primer hijo. Un primer sobrino para Luis Salom, un chaval familiar que hubiera disfrutado al máximo con la nueva llegada.
Como lo hacía con Marco Rodrigo, su manager y un miembro más de la familia, cuando acudía al restaurante que posee en las montañas suizas para, cada invierno, comenzar a preparar la pretemporada esquiando. Una complicidad que trajo consigo el apodo de El Mexicano, como se le conocía a Luis Salom. Un amigo de Marco tenía un caballo que se llamaba Mexicano, pero el equino no corría mucho. Para picarle, a su manager se le ocurrió un día llamarle El Mexicano y a Luis le hizo tanta gracia al final hizo suyo el apodo. Todo eso quedará enterrado en el recuerdo tras su fatal accidente en la curva número 12.
Y El Mexicano cabalgó como nunca durante la temporada 2013 después de que la campaña anterior alcanzase el subcampeonato del mundo de Moto3 tras conseguir su primera victoria mundialista en Indianápolis. Así, cuando tuvo la mínima oportunidad, se compró un nuevo perro al que llamó Indy para hacer compañía a Mexicano y Blacky, sus otros dos canes que correteaban a sus anchas por el jardín de la casa familiar a las afueras de Palma.
Su explosión deportiva se produjo en 2013, cuando lideró la general de Moto3 desde la primera hasta la última cita y terminó jugándose el título de campeón del mundo de la cilindrada más pequeña con Álex Rins y Maverick Viñales en la última carrera, donde sufrió una caída y terminó tercero en la clasificación general. Un año después dio el salto a Moto2, donde afrontaba su tercera campaña en una categoría intermedia en la que había conseguido tres podios. El último, en la primera cita de 2016, donde subió al segundo escalón del podio en el trazado qatarí de Losail.
Este viernes todo se truncó en la maldita curva 12. Sus plegarias no surtieron efecto y la mala suerte se cruzó en el final de El Mexicano, de Luis Salom, aquel piloto que rezaba para que a todo el mundo le fuera bien.